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lunes, 11 de junio de 2012

Plantas Medicinales

Rabos de cereza depurativos

Su riqueza en sales potásicas les confiere propiedades diuréticas y calmantes.

Muy pronto, en marzo, si no ya a finales de febrero, empiezan a florecer los cerezos en muchos puntos de España, brindando paisajes tan inspiradores como los que se dan en el valle del Jerte. Son cerezos que se cultivan en áreas montañosas, con una relativa humedad, muchas veces de forma tradicional, y que ocupan grandes extensiones, no solo en Extremadura, también en Andalucía y en el Valle del Ebro.
España es, junto a Italia, Alemania y Estados Unidos, el máximo exportador mundial de cerezas. En estado silvestre los cerezos se encuentran principalmente en márgenes de bosques caducifolios del norte de la Península y zonas montañosas aisladas del resto. Son árboles de hasta veinte metros de alto, con la copa ancha y las hojas ovaladas y puntiagudas, brillantes por el anverso. Las flores, agrupadas en umbelas, son de color blanco, muy bellas y aromáticas.
Del fruto, la sabrosa cereza, se cultivan diversas variedades. Es una fruta exquisita, que apetece tanto de postre como a deshoras y con la que se pueden elaborar deliciosos zumos, helados, batidos, confituras y pasteles. Son ricas en antocianósidos –el pigmento que les confiere el color rojo–, sales minerales y vitaminas, y tienen propiedades remineralizantes, depurativas, desintoxicantes y antibacterianas. Su fibra las hace también ligeramente laxantes.
Con todo, en fitoterapia, no es el fruto la parte más comúnmente utilizada sino los pedúnculos o rabillos que los unen a las ramas. Contienen sales potásicas, derivados salicílicos, flavonoides y taninos. Además de atribuírseles propiedades diuréticas y depurativas, se consideran analgésicos y febrífugos.
En los herbolarios se recomiendan los rabillos para favorecer la emisión de orina, desintoxicar el organismo y hacer frente a diferentes afecciones genitourinarias: edemas, infecciones urinarias como la cistitis, la inflamación renal y la formación de piedras en el riñón. Se aconsejan asimismo para reducir los excesos de ácido úrico y urea o la tensión alta, y en procesos gripales, para rebajar la fiebre y calmar el dolor.

Almohadas de semillas relajantes
En las cerezas nada se desaprovecha. Prueba de ello es el uso tradicional de sus semillas para rellenar cojines con fines terapéuticos. Se lava y se seca una buena cantidad de semillas, se calientan brevemente en el microondas o en el horno caliente ya apagado, y se rellena con ellas el cojín. Esta masa de semillas capta muy bien el calor, pero lo dispersa de manera progresiva, lo cual resulta ideal para descontracturar y relajar la musculatura del cuello y las cervicales, y para aliviar las lumbalgias.

Tisana diurética y depurativa para eliminar toxinas
Esta infusión combina rabos de cereza con otras plantas diuréticas a fin de favorecer la desintoxicación del organismo.
Para prepararla se mezclan los pedúnculos de cereza con cola de caballo, grama, hojas de abedul y anís estrellado a partes iguales. Se añaden tres cucharadas soperas de esta mezcla a un litro de agua y se hierve durante dos minutos. Se deja en reposo otros diez y se cuela. Una vez preparada, la infusión se puede ir bebiendo a lo largo de todo el día.

Presentación. En planta seca para decocción, extracto líquido y tintura. También puede encontrarse el zumo de la fruta fresca.

Jordi Cebrián
Asesora: J Mª Teixé, herborista de «El Manantial de Salud»

miércoles, 6 de junio de 2012

" Cuentos Tibetanos"

Hola amig@s,
a continuación os dejo dos cuentos tibetanos muy cortitos pero con una sabiduría muy grande.
Espero que os gusten.

Barriendo impurezas

Cuentan que un hombre mayor que había recorrido años y kilómetros en la búsqueda del camino espiritual, topó un día con un monasterio perdido en las sierras. Al llegar alli, tocó a la puerta y pidió a los monjes que le permitieran quedarse a vivir en ese lugar para recibir enseñanzas espirituales. El hombre era analfabeto, muy poco ilustrado, y los monjes se dieron cuenta de que ni siquiera podría leer los textos sagrados, pero al verlo tan motivado decidieron aceptarlo.
Los monjes comenzaron a darle, sin embargo, tareas que, en un principio, no parecían muy espirituales..”Te encargarás de barrer el claustro todos los días” -le dijeron.
El hombre estaba feliz. Al menos, pensó, podría reconfortarse con el silencio reinante en el lugar y disfrutar de la paz del monasterio, lejos del mundanal ruido.
Pasaron los meses, y en el rostro del anciano comenzaron a dibujarse rasgos más serenos, se lo veía contento, con una expresión luminosa en el rostro y mucha calma. Los monjes se dieron cuenta de que el hombre estaba evolucionando en la senda de la paz espiritual de una manera notable. Un día le preguntaron: ¿”Puedes decirnos qué práctica sigues para hallar sosiego y tener tanta paz interior?” -”Nada en especial. Todos los días, con mucho amor, barro el patio lo mejor que puedo. Y al hacerlo, también siento que barro de mí todas las impurezas de mi corazón, borro los malos sentimientos y elimino totalmente la suciedad de mi alma”.

La belleza del vacío

Se trataba de un maestro que parecía obsesionado con una sola idea. Cada vez que tenía contacto con sus alumnos, les repetía la misma palabra:
-Vaciaos, vaciaos.
Tanto insistía el maestro con esta cuestión, que sus alumnos comenzaron, secretamente, a cuestionar esta enseñanza. No veían en ella ningún sentido. Un día, respetuosamente, le dijeron:
-Maestro, no queremos poner en duda tus enseñanzas, pero…¿podrías decirnos por qué pones tanto énfasis en que nos vaciemos?
-Cuestionar para aprender e investigar es una buena práctica. Pero no puedo responderos con una respuesta llana a vuestra pregunta. Pero les solicito que mañana os reunáis conmigo en el santuario, trayendo cada uno un vaso repleto de agua.
Los discípulos, asombrados e incluso un poco incrédulos, siguieron las instrucciones.
-Ahora vais a hacer algo muy simple. Golpead el vaso con las cucharas. Quiero escuchar el sonido que producen. Los alumnos golpearon los vasos. No brotó más que un sonido sordo, apagado, sin gracia. Entonces el maestro ordenó:
-Ahora, vaciad los vasos y golpeadlos nuevamente.
Así lo hicieron los monjes. Una vez que los vasos estuvieron vacíos, volvieron a golpearlos con las cucharas. Surgió un sonido intenso, vivo, sin dudas más musical.
Los monjes intuían la enseñanza:
-Así como un vaso lleno no emite sonidos agradables, con una mente atiborrada de conocimientos o contenidos, difícilmente llegaremos a lo esencial del ser.
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Fuente: extractos de “Cuentos Tibetanos” recop. de Yosano Sim y Pedro Palao Pons
(Aportados por Normi Sartori)
Reedición: www.caminosalser.com