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martes, 30 de marzo de 2010

EL MAYOR MISTERIO DE LA POLÍTICA ESPAÑOLA

ABC
Tribuna libre
JOSÉ MARÍA CARRASCA


Uno de los mayores misterios de la política española ha sido la
popularidad que Zapatero ha conservado a lo largo de estos años
pese a lo desastroso de su gestión.
Si nos ponemos a examinar su primer mandato y lo que lleva del
segundo, nos damos cuenta de que nada de lo que pretendía lo
ha conseguido, y lo que ha conseguido fue al elevado precio de
dividir a los españoles.
Ni la negociación con ETA trajo la paz al País Vasco, ni los
nuevos estatutos han articulado mejor España, ni las reformas
educativas han mejorado la enseñanza, ni la Ley de la Memoria
Histórica ha enterrado definitivamente a los muertos de la guerra
civil, ni los matrimonios homosexuales, por no hablar de la nueva
normativa para el aborto, encuentran el respaldo de la mayoría de
la población.
Sin embargo, Zapatero ha sido el político mejor evaluado y no
sabemos si sigue siéndolo. O sabe venderse mejor que gobernar o
esa población es incapaz de evaluar a sus gobernantes.
Pues en
cualquier país democrático, Zapatero estaría catalogado, como
Bush lo estaba a las mismas alturas en el suyo: como uno de los
peores que había tenido el país a lo largo de su historia.
Como no creo que los españoles seamos más tontos que los
demás pueblos -podemos ser más ignorantes, pero se trata de
cosas distintas, hay ignorantes listísimos-, me he puesto a
reflexionar sobre el caso llegando a una conclusión penosa, pero
que explica perfectamente la situación en que nos encontramos:
Zapatero nos gobierna apoyado en nuestros vicios, en vez de
en nuestras virtudes,
aunque no lo reconozcamos, porque
tampoco es cosa como para enorgullecerse.
Mientras los gobernantes de los países punteros se apoyan en
las mejores cualidades de su pueblo, Zapatero se apoya en las
peores del nuestro: el resentimiento, la envidia, el tribalismo,
la picardía, el dogmatismo, la soberbia, el no aceptar nunca
que podemos habernos equivocado, el yo hago lo que me da la
gana y el que venga detrás que arree, el no reconocer otros
méritos que los propios o, todo, lo más, de los que piensan
como uno y el disparar contra todo el que destaca constituyen
los cimientos de la política de Zapatero desde que llegó a la
Moncloa.

Y los españoles, o al menos una buena cantidad de
ellos, nos sentimos a gusto con él, aunque en nuestro fuero
interno reconozcamos que no es la mejor. No voy a decir con ello
que nos falten buenas cualidades. Pero el vicio es siempre más
fácil de practicar que la virtud
y si nos gobierna alguien que
nos marca ese camino, no tenemos el menor inconveniente en
seguirle. Durante los últimos cinco años, en España se han
juntado el hambre con las ganas de comer, o más exactamente, la
peor política con nuestros peores instintos.
Todo cuanto ha hecho el gobierno ha sido para fomentar
éstos: El derroche, la holgazanería, la irresponsabilidad, la
chapuza, y a castigar el ahorro, la frugalidad, el esfuerzo, el
trabajo o el estudio concienzudos. Desde las jubilaciones
anticipadas a facilitar el pase de un curso a otro con un
montón de asignaturas pendientes, pasando por las peonadas
falsas, los permisos múltiples y bien remunerados -que se lo
pregunten a Garzón-, la multiplicación de fiestas, el
dispararse del gasto a todos los niveles, con el consiguiente
endeudamiento. Un PER extendido a toda España ha sido la
política de Zapatero.

El subsidio como vehículo de la «calidad
de vida» tanto en pueblos como en ciudades, en la vida laboral
como en la jubilación, en las aulas como en los negocios,
haciéndolo todo más fácil, menos trabajoso.
¿Cómo no íbamos
a estar de acuerdo con ello? ¿Cómo no íbamos a aprobar la
gestión del hombre que nos ofrecía un país donde se ataban los
perros con longanizas?
Lo malo es que tal país no existe. Mejor dicho, puede existir
durante un periodo de tiempo, pero cuando se acaban las
longanizas, se acaba todo.
Y a nosotros se nos ha acabado con la
crisis económica que ha dejado al descubierto el mundo falso en
el que hemos vivido durante los últimos años, la escasa
preparación que tenemos, tanto a nivel personal como
gubernamental,
para afrontar los desafíos que tenemos delante.
Los españoles y los muy diversos gobiernos que tenemos
sabemos muy bien gastar, pero no sabemos economizar. Nos
hemos olvidado de qué es eso. Como nos hemos olvidado del
esfuerzo, de la laboriosidad, de la obra bien hecha y del afán
de superación, completamente ignorados durante la última
etapa, en la que la forma de ganar dinero era comprar -a
crédito- un piso y venderlo dentro de dos años por el doble
precio.
Más grave todavía ha sido el ataque sistemático que ha
sufrido la excelencia en nuestro país de un tiempo a esta
parte. No era ya la mofa habitual al empollón de la clase por
parte de sus condiscípulos. Era una política metódica,
perfectamente planeada contra el que destacaba en cualquier
profesión o actividad.
El mérito se ha convertido entre nosotros en un estigma, mientras
la mediocridad es un valor social. España es hoy el país más
vulgar, más cutre, más ramplón de todo nuestro entorno,
como se comprueba abriendo la televisión, no importa el
canal, o escuchando cualquier debate político, sea en el
Congreso, sea en el último ayuntamiento.
Y esto ocurre
precisamente cuando se necesita más que nunca gente preparada,
gente emprendedora, gente con ideas, gente capaz de competir en
un mercado mundial donde han surgido países que se han
plantado en la más sofisticada tecnología de un salto, como Corea
del Sur o Finlandia. Y ya verán ustedes cuando los del Este de
Europa se quiten de encima la mugre que les queda de cuarenta
años de comunismo.
¿Qué ha hecho nuestro gobierno ante ello? Pues este gobierno que
no fue capaz de prever la crisis, o no quiso verla, se encuentra
paralizado ante ella. Fíjense ustedes que la única respuesta que
Zapatero sabe dar cuando sus medidas no surten la efecto es
decirnos «No se reducirá la protección social». O sea, lo de
siempre.
De decirnos lo que realmente hay, de llamamientos
al sacrificio, a la laboriosidad y tomar el toro por los cuernos,
nada de nada.
Su última remodelación de Gobierno no hace más
que abundar en lo existente. No hay figuras que destaquen en él,
sino fieles seguidores de la voluntad del jefe.
No se nos anuncia un cambio de línea, sino un cambio de
ritmo.
No se reconocen los errores cometidos, sino que se insiste
en la bondad de lo hecho hasta ahora. Y sin esas tres cosas, la
introducción de independientes en el gabinete, el echar mano de
gente capacitada en vez de meros clones del jefe y el
reconocimiento de lo que se ha hecho mal, con propósito de
enmienda, no hay enmienda posible. O sea, que
seguiremos empeorando.
Esto es lo que hay. Mejor dicho, lo que no hay. Suele decirse
como consuelo que una crisis es una oportunidad para
desprenderse de todo lo inservible y renovarse a fondo. Aquí, la
única renovación que hemos tenido es la del vestuario
extravagante de la Vicepresidenta Primera por el más discreto de
la segunda. Por lo demás, las mismas caras, los mismos gestos,
los mismos eslogan, los mismos planes y las mismas promesas de
que la recuperación está más o menos próxima. Desde esta
perspectiva, incluso la galbana de Solbes nos parece menos
peligrosa que el activismo de su sucesora, por lo que puede
multiplicar el gasto sin arreglar las cosas.
En el resto, todo lo
mismo, excepto que a Pepiño Blanco se le llama José y se pone
ahora corbata.
Lo único que puede cambiar es la
actitud de los españoles.
El cómodo estilo de
gobernar de Zapatero está ya dañando a bastantes de nosotros y
amenaza con dañar a cada vez más. ¿Vamos a seguir
considerándole el mejor de nuestros gobernantes posibles? Las
encuestas, esos espejos, nos lo dirán. Aunque no serán un espejo
de él, que conocemos de sobra.
Será nuestro espejo: ¿Preferimos seguir la senda de
nuestros vicios o de nuestras virtudes?
José Mª Carrascal.

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