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viernes, 21 de enero de 2011

Enredaderas


Había tres árboles en una de las partes del jardín. Pero en la base, casi a ras del suelo y elevándose sin tregua, una enredadera llevaba años creciendo poco a poco sin cesar.
Tanto espacio había ocupado ahora, que se apreciaba, a simple vista, como toda ella era la que dominaba aquel lugar.
Dos de los tres árboles ya ni tenían hojas, parecían muertos, secos. Sólo uno permanecía con vida, como queriendo reivindicar su lugar en aquella parte del jardín. Posiblemente, una guerra de poderes de forma muy ralentizada.
No era necesario saber mucho sobre jardinería para darse cuenta que la enredadera absorbía gran parte de los nutrientes de la tierra y que con ello condenaba el destino de aquellos tres árboles al dejarlos sin la posibilidad de compartir terreno.
La enredadera se agarraba a todo lo que podía. Incluso llegaba a alcanzar la copa de los árboles, se entretejía entre sus ramas, en su tronco, como garras que buscaban extenderse buscando espacio en el que crecer.
Había que tomar una decisión rápida si no se quería perder la sombra que aquellos árboles antes daban, deshacerse de la enredadera y arrancándola del todo o dejarla sabiendo que los árboles pronto morirían.
Empecé cortando sus largas varas que como látigos se extendían en todas direcciones. Duré varias horas hasta dejar expuestas sus decenas de raíces que con pequeñas batatas se agarraban fuertemente al suelo. Fue difícil pero con paciencia pude quitar casi todas ellas.
Según hacía todo esto pensaba en la similitud que este asunto tiene con nuestras vidas. De forma metafórica lo comparé a la forma a la que crecemos personalmente. Y es que, somos como jardínes, complejos y vulnerables a primera vista pero llenos de raíces ocultas, invisibles y que ignoramos.
Las semillas de muchas enredaderas crecen en nuestro interior ocupando cada vez más y más espacio y agarrándose con el paso del tiempo más fuertemente a nuestra conducta. Independientemente del tipo de enredadera que sea, ésta absorbe, sin pausa, nuestras energías y por tanto influye en todo lo que hagamos.
Sea una semilla plantada por uno mismo o no, el hecho de que germine, crezca y se refuerza dependerá de cómo ésta sea alimentada. Es algo propio y por lo tanto sólo uno mismo deberá saber cómo tratarla independientemente de qué utensilios tengamos para que no domine todo el entorno.
Puede que uno decida ir a un médico para que, por ejemplo, te recete unas tijeras e intentes contarla.
Puede que uno decida ignorarla aún sabiendo que crecerá sin pausa. Se sabe pero es preferible no prestarle atención.
O puede que uno decida dejar que forme parte de nuestro”paisaje”.
Sería interesante empezar por plantearse que tipo de enredaderas crecen en nuestro interior y saber si ella nos domina o si somos capaces de controlarla todo el tiempo.
Pero, ¿no es duro de por sí ya saber que siempre hay algo que busca dominar el mayor espacio posible y acapararlo todo? ¿Y no es duro saber que debemos pasar toda una vida en tratar de evitar que crezca sin control? ¿Tendremos constantemente la fuerza suficiente para estar al acecho y que no vaya más allá de donde queramos?
Nuestro jardín interior al fin y al cabo lo construye cada uno a su manera, el que haya o no enredaderas conllevaría aceptar sus consecuencias, saber hacia que caminos puede llevarnos.
Las enredaderas llamadas traumas, injusticias, rencores o simples recuerdos desagradables quizás sirvan para crear muros que refugien jardines ante todo aquello que suponga una amenaza, protegiéndonos ante algo. Nos recuerdan lo que un día pasó y que desde el mismo momento que son sembradas tendremos que siempre mantenerlas bajo control. De ahí la importancia de saber reconocerlas porque sólo a través del conocimiento sabremos como actuar y saber donde ubicarla.
Mirar la causa y el origen, aprender cómo tratarla para que siempre tengamos la posibilidad de poder deshacernos de ella, como hice yo con la de mi jardín.
Porque toda planta nace de una semilla, y ¿no es uno mismo responsable de que ésta germine o no?

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