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miércoles, 19 de enero de 2011

La Farola


La farola frente a mi ventana, parpadea. Entre la luz y la oscuridad se debate todo el tiempo, como si no supiese qué elegir. Indecisa, parece haber preferido ambas opciones, iluminar y al instante dejar todo en la más absoluta oscuridad.
Toda esta situación afecta a todo lo que le rodea, marea y crea esa confusión que sólo la indecisión conoce.
Pienso que en el amor muchas veces ocurre lo mismo. Existe algún momento en nuestras vidas en el que iluminamos lo que más queremos, toda nuestra energía se canaliza en dar luz a aquello que nos antojamos ver con claridad, enfocamos lo que nos importa, dejando a oscuras ángulos que no nos interesa, creando sombras y formas que a las que no le damos importancia. La energía que nos mantiene, hace que seamos capaces de crear la suficiente luz para que podamos iluminar aquello que deseemos.
Y como las farolas brillamos a nuestra máxima potencia, el amor es la energía que nos alimenta, el punto de enfoque sería el objeto de nuestro deseo.
Y como la farola de mi calle, en ocasiones parpadeamos cuando dudamos de lo que enfocamos, perdemos el interés, y nos debatimos entre cortar esa energía prefiriendo la oscuridad o en mantenerla para no dejar a oscuras lo que hasta entonces tanto nos ha gustado iluminar. Buscamos una respuesta, la oscuridad puede que la tenga.
En momentos así sólo encontramos paz con la llegada del día, cuando la energía que nos sustenta nos da una tregua para reflexionar sobre si en realidad nuestro fin y meta es iluminar un punto en concreto o que realmente estamos construidos para ayudar y mostrar a que otros encuentren mejor su camino, iluminando el sendero por el que deben caminar.

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