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lunes, 10 de enero de 2011

Las 4 estaciones en mi interior


Cada estación tiene su tesoro, una ventana abierta a cada punto cardinal desde donde puedes asomarte a la vida.
El ser humano es un microcosmos sujeto a las mismas leyes que el resto de la Creación. Y en cada uno el cambio es la regla. Curvémonos frente a él. De esta forma aprenderemos a manejar con armonía tales leyes, las situaciones y estados con los que nos deparamos.
Debemos prestar atención a los cambios físicos y anímicos que en nosotros se suceden y adaptarnos a ellos, procurando atender las señales que el cuerpo nos trasmite. Así aprenderemos a llevar las riendas de nuestros procesos, propuestos en cada estación.
Muchas veces en consulta escucho la siguiente queja en la entrada del otoño: -estoy tan triste y desanimada...no me gusta la llegada del frío, los días grises y más cortos...
¿ Y si lo viéramos desde otro ángulo? En ese tiempo, el cuerpo se recoge para otro ritmo, luego del desenfreno del verano. También la mente agradece la quietud que le llega.
Somos llamados a un descanso más prolongado, también nos sentimos invitados a otros programas en cada día: nos volvemos más reflexivos, buscamos material de lectura, nos aquietamos y hasta maduramos. No existe la tristeza y si la invitación al recogimiento.

Llegada la primavera, nuestro pecho se expande, nuestra salud adquiere una mayor inmunidad, sentimos el renacimiento de cada célula, de todo nuestro cuerpo, salir al mundo, a la luz, al inicio de una nueva cadencia.Si observamos con neutralidad la Naturaleza, descubrimos que el cambio es fundamento de lo vivo. Todo está en constante movimiento. El amanecer sucede a la noche. Las plantas crecen, florecen, dan fruto y se marchitan para perpetuarse en las semillas que dejaron.
Las estaciones transcurren cambiando el clima, la vegetación, las costumbres...y nosotros las vivimos, adaptándonos –conscientes o no- y sacando provecho de cada una, pues todas ofrecen algo único.A lo largo del viaje por las cuatro estaciones descubrimos que participamos de todos los climas, que en nosotros habita el niño del verano, el anciano del invierno, la osadía y el temor, el silencio y la expresión.
Abramos nuestros sentidos a la Naturaleza, pues es un espejo de cada uno de nosotros. En ella tenemos un mapa para observarnos y aceptarnos. Entendernos. Somos un territorio en parte no explorado y que durante el trayecto los misterios se van develando. Observa tus reacciones, tus procesos de pensamiento, tus cambiantes estados de ánimo. Y así como te has hecho un experto en manejar la cultura que habitas, hazte también y sobre todo, especialista en ti mismo. No entregues a nadie el timón que sólo a ti corresponde manejar.
Recuerda que existen tantas realidades como puntos de vista. Deja hablar a tu corazón ante las decisiones que enfrentas. Tu centro está ahí, no en la cabeza, y cuando haces silencio mental encontrarás respuestas a tus dudas. Sólo en tu corazón encontrarás el calor que da la vida.
Respira hondo, llénate del alimento que es el aire, y agradece tan inmenso regalo. Con los pies afianzados en la tierra, el ímpetu para llevar a cabos tus metas desde el plexo solar, y teniendo como eje tu corazón, abre los brazos a cada una de las estaciones.

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